Visita al matadero…Escalofriante….

Y finalmente el temido día llegó. Desde primero de carrera en veterinaria, sabes que tarde o temprano tendrás que ir. Nadie se escapa. Una vez dentro de la nave, con la bata, las botas y el gorro puestos, el veterinario nos explica su funcionamiento. Empezamos la visita guiada al matadero.

Cruzamos anchos pasillos por los que los trabajadores empujan carros llenos de vísceras, carne y cabezas, hasta llegar a la sala de despiece. Gente trabajando en cadena, apedazando las medias canales de los animales que van llegando.Los observamos manteniendo cierta distancia; los cuchillos y las manchas de sangre sobre su ropa no nos invitan a acercarnos más. Sin embargo, el simple hecho de mirarlos desde lejos mientras trabajan nos produce una sensación bastante incómoda. El ruido de las máquinas y de los cuchillos mezclado con el de una pequeña radio a todo volumen impide escuchar el monótono tono de voz del veterinario. Hace frío y el olor no es agradable: queremos huir de allí. Aun así, me invade una sensación de indiferencia. Los estudiantes de veterinaria estamos acostumbrados a ver animales muertos y a practicarles necropsias: la sangre, las vísceras y los cuerpos descuartizados no nos causan impresión alguna –a excepción de la sala de los intestinos, donde el olor se hace siempre insoportable.

matadero de cerdosSalimos al patio de la nave y nos encontramos con dos camiones llenos de cerdos. Aquí, por donde salen del camión para entrar en los corrales del matadero, es cuando la mayoría de cerdos ven la luz del sol por primera y última vez en su vida. Pero hoy el cielo está nublado; ni siquiera podrán gozar de este pequeño placer. Me subo al camión para observarlos mejor y, como si de un acto reflejo se tratase, giro la cabeza de inmediato, apartándome. Luego vuelvo a mirar. No puedo creer que sea legal transportar animales de esta manera. Resulta que sí que lo es. Algunos cerdos restan de pie, moviéndose nerviosos; unos están encima de los otros; muchos manchados de vómito y heces; otros tumbados en el suelo, jadeando; hay animales con cojeras y fracturas y un par de cerdos muertos y aplastados. Me miraban y a través de sus ojos podía sentir todo su temor, estrés, incertidumbre y sufrimiento. No es necesario tener mucha sensibilidad para captar su expresión. Acerco mi mano y acaricio uno, mientras sigue observándome. Paso mi mano por su cabeza, orejas y hocico, mientas él resta allí, inmóvil. “Ya está pequeño, pronto todo esto terminará y dejarás de sufrir. Sé valiente”. Me aparto y miro hacia el cielo disimuladamente, para evitar que la gravedad haga caer las lágrimas por mis mejillas.

Mal Rojo

Dentro de los corrales, los animales tampoco gozan de más “lujo” y espacio. Siguen respirando estresados, mirando alrededor intentando comprender algo. Hay uno tumbado en el suelo, disneico y separado de los otros en un corral, con la piel llena de manchas rojas y moradas en forma de rombo. Sufre el Mal Rojo, una enfermedad contagiosa y zoonótica. Alzo la vista hacia los otros corrales y compruebo que no es el único con las mismas lesiones. Además hay uno con un prolapso uterino. No tiene buen aspecto. Veo a los cerdos más pequeños de lo que esperaba. ¡Todos tienen cara a bebé! Es normal: sólo tienen seis meses. La longevidad de un cerdo en estado salvaje es de unos quince años. Normalmente los sacrifican cuando pesan cien kilos, pero estoy segura que allí algunos no llegan ni a los ochenta. El veterinario nos dice que esta situación es normal aquí. Sigo sin poder apartar la mirada de los cerditos. Algunos chillan. Los acaricio.

Cerdo encerrado

Los trabajadores los empujan hacia el pasillo conduciéndolos a la cámara de gas, donde los aturden con dióxido de carbono. Todos se mueveMano ensangrentadan estresados; no quieren seguir adelante. Ya huelen la muerte. En grupos de seis entran en la cámara y un mecanismo cierra la puerta. Al cabo de unos segundos se abre la puerta del otro lado y los cerdos caen sobre una cinta transportadora, inconscientes, mientras un trabajador rápidamente los cuelga de una pata. La triste vida de estos cerdos termina cuando llegan colgados de patas arriba en la esquina de la sala. Allí les espera un hombre que, clavándoles un cuchillo en el cuello, hace que se desangren con rapidez. El veterinario hace que nos acerquemos a menos de medio metro para mostrarnos exactamente dónde hacen el corte. Un cerdo empieza a sangran más de la cuenta, como un aspersor, haciendo que su sangre termine encima de mi bata, botas y pantalones. No es agradable pero me mantengo firme. Hay compañeras que lloran y nos cogemos de la mano fuertemente.

Seguramente estos cerdos sufren poco justo en el momento de la muerte. De pequeños son destetados a los 21 días de vida, separados de su madre y juntados con lechones de otras cerdas, causándoles un trauma y provocando peleas entre ellos. Después viven confinados en salas durante el engorde, durante unos cuatro meses, para luego terminar apretujados en un camión y posteriormente degollados en el matadero. “Sí. Quizá matarlos de forma rápida y precoz es lo mejor que les puede pasar después de esta vida de mierda”, pienso resignada.

Canales cerdo

Seguimos el recorrido de los cadáveres. Ahora los escaldan para quitarles los pelos y les pasan llamaradas para terminar de depilarlos. Después les extirpan el recto, los abren y quitan las vísceras, poniéndolas en bandejas o colgándolas de ganchos que van circulando por la instalación. El veterinario nos hace seguirle y es difícil ir esquivando todos los órganos y las canales de cerdo, ya divididas en dos mitades. Me siento como con siete años, cuando visité por primera vez la casa del terror en un parque de atracciones.

“La inspección veterinaria se hace en este punto, pero debería hacerse antes, justo después de abrirlos. La ley prohíbe disponer de una manguera para limpiar las canales si están sucias de heces o fibrina, ya que tendrían que recortarse y decomisar. Pero ya ves, aquí tenemos una, porque a nadie le gustan las canaleCerdito pequeños recortadas; son poco estéticas. Además, las instalaciones son viejas, las plataformas donde se encuentran los trabajadores son inestables y resbaladizas, y la ventilación llega de los corrales hacia aquí. “

“Este matadero no pasaría un control europeo. Pero no pasa nada, a los carniceros locales no les importa nada todo esto. Lo que quieren es poder vender carne fresca cada día para ganarse la vida. Las grandes superficies sí que tienen controles de calidad internos que se tienen que cumplir. Y exportar ya es mucho más complicado, porque se requiere poseer muchos certificados de calidad.”

La visita termina donde ha empezado, en la sala de descanso. El veterinario termina explicándonos algunos aspectos legislativos mientras los empleados, aprovechando los pocos minutos de descanso que disponen, se zampan bocadillos de jamón, salchichón y bacón acompañados de patatas fritas sabor jamón antes de volver al trabajo.

Estudiante de veterinaria

Fuente: www.pacma.es Anónimo

 

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